martes, 18 de mayo de 2010

PALPITACIONES

I
Sufrí al cortar la rosa
mas bella del jardín,
pero aquel sufrimiento
lo soporté por tí.
Sufrí la enorme angustia
de aquel que está dañando
la vida de otro ser.
Sufrí, cuando mi mano,
temblando torpemente,
cortó el delgado tallo.
Sufrí por no saber
si adornaria tu encanto.

V
Subí hasta el cielo,
por sacudir
las nubes negras,
por ver si allí
estabas presa.
Nadé hasta el fondo
del Guadajoz,
por ver si estabas,
mi dulce amor,
junto a sus aguas.
Busqué tu cuerpo
por todas partes,
aunque tu esencia
junto a mi late,
porque me quema.
Luché por verte
y sin embargo
cuando te ví
disimulando,
corriendo huí.

X
Si algún día no puedo verte,
por no tenerte a mi lado,
preferiría que mis ojos
no vieran casas, ni campos;
se quedaran sin visión
si no pueden ver tu encanto.
Si no pudiese llamarte,
por marcharte de mi lado,
preferiría que mi voz
no saliera de mis labios;
si ya no puedo llamarte,
¿para que seguir hablando?.
Si no pudiese tocarte,
porque te fueses muy lejos,
preferiría que mis manos,
preferiría que mis dedos
no tuvieran tacto alguno
para cualquier otro objeto.
Si no pudiera tocarte,
si no he de verte jamás,
si no pudiera llamarte,
de nada me servirá
tener manos, ojos, voz,
vida. Ya todo me dará igual.

XV
Para que todos mañana sepan
la breve vida de nuestro amor,
para que el mundo siempre nos vea,
si nos añora, mucho mejor;
para que el hombre que haya en la tierra
pueda ver lo que quizás murió;
para que aquellos robots que tengan
tan solo vida pero no amor,
puedan mirar nuestra existencia,
como un oasis que feneció;
para que aquellos que no comprendan
esas poesías que hablan de amor,
sepan que antaño los hombres eran
como el poeta los describió;
para eso puse en la corteza
de un viejo roble nuestra inscripción;
para que todos noten al verla
que habían dos vidas y un corazón,
que tu y yo fuimos música y letra
del estribillo de una canción;
quizás entonces, cuando comprendan
lo que les digo con la inscripción,
todos a coro lloren de pena,
porque no sepan nada de amor.

XIX
Pregúntale si quieres,
pregúntale si dudas
de mi sincero amor;aa
pregúntale a la luna
que oyó mis pensamientos,
pues ella te dirá
de mi callado amor
su enorme intensidad;
pregúntale a la luna
que vigiló mi sueño,
que recogíó mi voz
cuando te hablé durmiendo;
pues ella fué testigo
de mi pasión sin freno;
pregúntale a la luna
si no me crees sincero,
pues ella mejor sabe
que yo cuanto te quiero;
pues ella me escuchó
decir tu nombre en sueños,
y yo tan solo se
que te quiero despierto.

XXIII
Se que suspiras, mujer,
porque se escucha en el viento
la voz de tu pensamiento;
porque antes de nacer
en tu garganta un suspiro
logras que el eco me llegue;
porque antes que tu mente
conozca que ya ha nacido
la intención de suspirar,
se que muy pronto en tus labios
aparecerá el encanto
de algún suspiro fugaz.

XXVII
La blanca luna, de un punto blanco
lejano y breve se enamoró,
de aquel lucero casi apagado
que desde entonces resplandeció;
pero las nubes, que habian notado
de aquellos seres su gran amor,
ennegrecidas con un gran manto
de envidia y celo, los separó.

Un pajarillo, a una flor tierna
como la infancia, se aproximó;
su idilio fué de mas belleza
que el mas cantado del trovador;
pero es muy breve la primavera,
y con su muerte tambien murió
el bello sueño de esta pareja,
porque la rosa se marchitó.

Las hojas secas del secadero
fueron del grillo su gran mansión;
aquellas matas, que desde el techo
penden de un hilo, le dan calor;
vivieron juntos por algún tiempo,
canción y hogar, surgió el amor;
pero los vicios, que siempre fueron
fieles al hombre, los separó.

Una cigarra canta contenta,
porque es besada con gran pasión
por ese rayo de rabia intensa
que en el verano brota del sol;
pero los besos muy pronto menguan
su abrasadora llama de amor,
y la cigarra muere de pena
cuando el verano ya se marchó.

Mi mente, libre, como las cosas
mas liberadas de la creación,
de tu figura, bella entre todas
las cosas bellas, se enamoró;
cuando mi mente fué presurosa
por confesarte tan grande amor,
cuando mi mente casi lo logra,
mi torpe cuerpo la abandonó.

XXIX
Me cautivó el resplandor
que adornaba tu contorno,
me hechizó la blanca luz
que besaba tus adornos,
recé porque aquel instante
fuera eternamente así,
rogué porque la aureola
que regaba tu perfil
fuera tu sumisa sombra,
porque nunca se alejara
de tu contorno sin forma
tu semejanza a las hadas.
Después el sol se ocultó,
y lo mismo que tu sombra,
se fugó tu resplandor;
y pude admirar tus formas,
sin añorar el momento
que la luz te acariciaba,
y di las gracias al cielo
porque seguías siendo humana.

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