martes, 17 de noviembre de 2009

EVOCACIONES

I
Vaso orgulloso
de la taberna,
que resplandeces
sin tu color,
porque el aliento
de aquella esencia
que fue tu alma
no se fugó.
Viña que muerdes
la tosca tierra
de la campiña
con gran pasión,
ansiando el día
que el fruto vierta
sobre la gente
su bendición.
Pueblo querido
que tanto aprecias
el breve trago
de buen sabor,
porque la gracia
se desenfrena,
hasta que nacen
del corazón
alegres coplas
que al viento llevan
lo mas sublime
de tu gran voz.
Vino dorado
que alegre juegas
con tu radiante
ración de sol.
Callado aroma
que al pueblo entregas
lo mas preciado
de la creación.
Hombre de Castro,
¿que grande gesta
llevó a tu vida
tan grande honor?.

II
En mi patio hay un rosal
de rosas blancas,
cual cuando rompe la mar
contra la playa,
como la nieve que besa
la verde rama,
como algodonar que espera
que el hombre vaya
para recoger su fruto,
como la clara
luna que en el cielo oscuro
nos da su gracia,
como la blanca paloma
que con sus alas
de los tejados adorna
su negra cara.

En mi patio hay un rosal
de rosas granas,
como boca al suspirar
que se engalana,
como la sangre que brota
cuando la espada
sobre el novillo se posa
allá en la plaza,
como el fruto que se oculta
en la granada,
como la sandía oscura
que al ser rasgada
deja ver su corazón,
cual cuando al alba
una nube reta al sol
para que salga.

En mi patio hay un rosal
de rosas blancas,
en mi patio hay un rosal
de rosas granas,
en mi patio hay dos rosales,
dos riadas
de suspiros en las tardes
soleadas.

III
No te acerques al pozo niña,
que saldrá la "cantamora"
a cogerte del pelo
que tu tanto adoras;
cabellos oscuros
de pequeña gitana
que al lado de la hoguera
en las noches de invierno canta.

No te acerques al pozo niña,
que saldrá la "cantamora"
a cogerte el vestido
que tu tanto adoras;
rosal estampado
que siempre vence el viento,
dejando que el sol penetre
a calentar tu bello cuerpo.

No te acerques al pozo niña,
que saldrá la "cantamora"
a coger los zapatos
que tu tanto adoras;
albergues serenos
que permiten besar
los perfiles mas pequeños
del limpio suelo al caminar.

No te acerques al pozo niña,
que saldrá la "cantamora"
a coger la muñeca
que tu tanto adoras;
callada ilusión
que a las niñas enseñan
a descubrir el amor
que sus corazones encierran.

No te acerques al pozo niña,
que saldrá la "cantamora"
a llevarte a su imperio
que reinan las sombras;
un mundo sin flores,
sin sol que le de vida,
sin zapatos, sin muñecas,
sin una callada sonrisa.

VIII
Allá en el melonar tranquilo
creció paloma,
era blanca como el camino
cuando se adorna
de las humildes margaritas
que se amontonan;
tan alegre como una niña,
mas juguetona.
Cuando la choza hecha de paja
mueve su sombra
hasta la mata mas lejana,
sale paloma
a pasear su alegre estampa
sobre las "cocas".
Los girasoles, cuando pasa,
su lomo rozan
con sus mas delicados besos;
y cuando trota,
la campanilla que en su cuello
hace cabriolas,
manda al firmamento canciones
de bellas notas.
Si hace daño a los melones,
cuando los roza
para besarlos torpemente,
lágrimas rotas
en su lengua se protegen.
Si un niño monta
su cuerpo quemado del sol
sobre paloma,
late su enorme corazón
de alegre forma;
parece un niño, mas niño es
que quien la monta,
cuando corre al atardecer
hasta la poza,
jugando con la flor silvestre,
la mariposa,
la charca, la alfombra verde,
la tierra toda.

IX
Me hechizó la bella forma
toda blanca,
semejaba un dulce angel
que bajara
por guardar del bello pueblo
su gran alma;
como un ramo de claveles
que jugara
sobre el suelo y bajo el cielo
con las hadas;
semejaba la figura
de una dama
que surcaba el firmamento
con las alas
que le habia prestado el viento;
aunque andaba
por tener mas cerca el manto
que adornaba
la tierra y el cielo a un tiempo,
la distancia
parecia siempre la misma;
aunque ansiaba
sumergirme en la cadencia
delicada,
del contorno transparente
que bailaba,
renovando su explendor,
no lograba
acercarme un poco mas;
la lejana
voz de un niño consiguió
que olvidara
la visión por un instante;
al mirarla
nuevamente, los claveles,
y la dama,
y el ángel se habían marchado,
ya no estaban,
solo ví una enorme nube
menos blanca.

XIII
Cuatro cuerpos doblados
brillan bajo el limpio sol,
avanzan lentos, callados,
mueven deprisa la hoz;
las camisas empapadas
ya no admiten mas sudor;
las espigas van cayendo
con quejidos de dolor;
todo es trigo, ni una sombra
los protege del calor.

   Se afanan los segadores
porque el tajo no se duerma,
porque la hoz no se pare,
porque el sudor no perezca;
el perro ladra en el hato
cuando un vecino se acerca;
el pollino pacta alegre
en lo que dejó la siega;
la chicharra sobre el cardo
repite su cantinela.

   En la choza diminuta
que con gavillas hicieron,
el segador se refugia
a la hora del almuerzo;
en su sombra calurosa
descansan por un momento,
y la camisa al secarse
parece de cartón recio;
pronto llega el de la era
a llevarse el parapeto.

   De nuevo las hoces brillan
cual relámpagos de sol,
de nuevo el trigo dorado
se retuerce de dolor,
de nuevo el sudor resbala
por la faz del segador;
sigue pactando el borrico,
la chicharra con su son,
ladrando el perro en el hato,
sigue bailando la hoz.

XXI
Muchas veces lo intenté
destrozándome las manos
con el huraño rastrojo,
me arrojé a la tierra en vano,
con desesperado anhelo,
sin conseguir apresarlo.
El "cigarrón" se alejaba
con gracioso desparpajo
cuando mi sombra acudía
para intentar sujetarlo.
Por fín pude conseguir
la presa que tanto ansiaba,
por fín lo tuve en mis manos,
por fin lo metí en la jaula
que para él construyera;
y se dumieron sus alas,
transparentes bajo el sol;
y se calmaron las patas
con las que tanto saltó.
No volaba ni saltaba
el pequeño cigarrón,
aceptaba resignado
la crueldad de mi prisión;
la crueldad, no por el trato
delicado que tenía,
ni por el breve palacio
que adornó mi fantasía;
la crueldad de ver el campo,
que hacía poco recorría,
tan cercano y tan lejano.
Ahora comprendo su afán
por esquivar mis cuidados,
ahora comprendo mi error
al intentar ayudarlo.
Solo procuré brindarle
mas comodidad que el campo,
aunque solo conseguí
aniquilar sus encantos;
pero no intentó escapar,
me acompañó resignado.

XXII
Quise ser la golondrina
que se pasea por tus calles,
que te admira desde arriba
sin que la moleste nadie.
Quise ser la mariposa
que a todas horas recibe
las caricias de las rosas
que en tu bello paseo viven.
Quise ser la verde espiga
que hace manto de tu tierra,
y que resplandece altiva
por el sudor que acogiera.
Quise ser la delicada
aceituna que conoce
los secretos de tus casas,
que presencia tus reuniones.
Quise ser la gran campana
que en "La Villa" canta siempre,
que alegra tu faz callada,
que te ama y te comprende.
Quise ser el clavel rojo
que en tus patios resplandece,
que adorna el brocal del pozo,
que dibuja las paredes.
Quise ser la breve copa
que tus vinos saborea,
que acaricia cuando toca,
que da luz a la taberna.
Quise ser el frágil pez
que en el Guadajoz se baña,
que bailando llega a ver
de tu ribera la gracia.
Quise ser el sol, la estrella,
la luna, el cielo entero,
que conocen tu grandeza
de ahora y de otro tiempo.
Quise ser el "Dios Eterno"
que todo siempre lo ve,
que te consiguió tan bello,
que en "Ti" culminó su hacer.

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