miércoles, 27 de octubre de 2010

EL RIO VIEJO

Ya se oyen los ecos de los cencerros.
Tiembla el barrio anunciando la manada.
La cuesta vigilada por la galga.
La fragua y el yunque del herrero
se ocultan. A su lado el zapatero
esconde la pobreza de su casa.
Las puertas, siempre abiertas, ya cerradas.
Por delante aparecen los cabestros.
Por detrás los pastores y las reses.
Algún perro alerta con ladridos
que la manada puede allí romperse.
El Rio Viejo de Castro del Río
disfruta un espectáculo infrecuente.
Dura muy poco, vuelven sus latidos.
                      ***
El Rio Viejo me mimó cuando era un niño,
mis recuerdos me hablan de aquel tiempo,
me describen la voz de los suspiros
silenciosos, que dan vida al paseo.
Mis recuerdos me cuentan que fui niño,
me dicen al oído los secretos
que entonces no salieron de su nido,
que ahora a creerlos no me atrevo.

El Altillo me enseñaba a ser feliz,
se escuchaban de las ranas sus canciones;
el vino alguna vez dejaba oir
lo que el vino no quiere que pregonen.
El Altillo solo hay uno, y está ahí,
dominando del Rio Viejo sus rincones,
un enorme balcón donde bebí
la esencia del que nace siendo pobre.

El hierro se retuerce enrojecido,
el martillo se escucha en todo el barrio,
las coplas del herrero son quejidos,
las chispas de la fragua son quebrantos.
Del yunque se escuchaban los latidos,
la cuesta consiguió aquí un duro tramo,
la Bartola no emite ni un suspiro,
es una mancha negra, sobre un tabique blanco.

La horma está dormida en un rincón,
en el cuarto las sombras aparecen,
del silencio ninguno se extrañó;
unos gritos se escucharon de repente,
entre las sombras alguno conoció
al zapatero, que el vino algunas veces
consigue que se pierda la razón,
¡ay de aquel que cada día la pierde!.

La cantarería una enorme chimenea,
el humo se apodera del espacio,
todo el barrio es una nube negra,
el día se hizo noche por un rato.
Ninguno demasiado se molesta,
todos saben que es fruto del trabajo,
y también que las nubes pronto vuelan,
que en el horno quedó cocido el barro.

Mi patio, con su pozo y con su parra,
con su enorme pileta siempre llena,
en el cuartillo colgada la romana,
el suelo una alfombra hecha de piedras,
la cocina con las ascuas preparadas,
a cualquier hora del día están dispuestas
para hacer una tortilla de patatas,
para atender a las vecinas que se acercan.

Mi patio, nos dice la hora siempre,
la quinta piedra las tres en punto marca,
el segundo escalón marca las siete.
La linea de la sombra a veces falla,
el sol tras una nube se nos pierde;
sin embargo, nadie notó su falta,
jamás llegué mas tarde de las nueve
al colegio, no había reloj en casa.

En la cuesta el orujo va cayendo,
cuando a trompicones sube el carro
empujado del valiente carretero,
y los niños y las madres de mi barrio
cogían el sustento del brasero,
que el invierno de los pobres es muy largo,
que las puertas no se cierran ni en invierno,
que las ropas no abrigan demasiado.

Enfrente del Granero las escuelas,
una casa con tres habitaciones,
un poco mas arriba la piñuela,
a la calle dos grandes balcones,
ondeando tan solo una bandera,
se enseña respetar a los mayores.
se usa algunas veces la palmeta,
no es bueno que el castigo ahora se añore.

Las escuelas, mi escuela, Don Francisco,
las meriendas de queso o mantequilla,
mi maestro, un ser comprometido,
entonces los colores se escondían.
Los sacos del granero fueron plinto,
la báscula enorme nos mecía,
era el patio de recreo de aquellos niños,
un rincón añorado todavía.

Las horas por las calles jugando,
sin peligro y sin aburrimiento,
eran nuestras las calles de aquel Castro,
eran nuestros los rincones de aquel pueblo.
El Rio Viejo me fue condicionando,
fue creando la forma de mis sueños,
las fantasías fácilmente me acosaron,
aunque ahora tan solo son recuerdos.

Del Rio Viejo conocí cada rincón,
los otros barrios estaban muy lejanos,
del mio conocía cada voz,
cada aroma que emergía de los patios,
aquellos patios que mi infancia conoció,
y hasta noto su aroma al recordarlos,
del Rio Viejo conocí cada rincón,
y ahora mismo me está acompañando.

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